En la tradición astrológica se asigna a Júpiter, un principio expansivo, dinámico, esperanzador, optimista, etc., (aun hoy, seguimos encontrando en el conocimiento astrológico popular este y a veces solo este tipo de significado al planeta Júpiter). Es por eso que desde siempre se lo ha relacionado con acontecimientos afortunados, con la suerte, el optimismo y una larga lista de los adjetivos llamados “positivos”.
Es innegable que este material, fruto de la observación de generaciones y generaciones de astrólogos no es falso, pero esta forma de pensar es fruto del pensamiento dualista que encasillo al principio saturnino en la corriente más desagradable de la vida, donde al parecer como en las antiguas películas del oeste americano, los cowboy siempre eran absolutamente buenos y los indios eran siempre absolutamente malos.
Desde la antigüedad clásica, nos encontramos con mucho material mitológico acerca de la figura del Dios de los Dioses, el majestuoso Zeus (Júpiter para los romanos).Este material nos puede ser muy útil en el análisis de la verdadera dimensión y accionar de este planeta mucho más que una larga lista de adjetivos y palabras claves. Es extensísima la lista de mitos en donde lo encontramos ejerciendo su poder sobre dioses y mortales, o dando nacimiento a la mitad del panteón de dioses y héroes griegos. No nos alcanzarían varias páginas para contar todo lo que se puede contar acerca de esta polifacética y enorme deidad. Desde siempre, en astrología, se ha asignado a Júpiter la cualidad de un principio espiritual. Su propio símbolo así lo representa ya que se desarrolla desde la cruz de la materia hacia arriba (exactamente al contrario que Saturno).
Por ejemplo, de sus relaciones con el principio femenino está plagada la mitología, ya que lo vemos seducir casi compulsivamente a diosas, ninfas y humanas y engendrar a un sinfín de hijos extramatrimoniales. Las permanentes infidelidades de Zeus a su esposa Hera y las consecuentes peleas y venganzas de esta son la nota imperante en sus sagas mitológicas. Es como si el propio Zeus, fuese la fuente de un torrente tremendamente caudaloso que clama por encarnarse y comenzar su devenir, como una imperiosa corriente energética que busca manifestarse, expandirse, llegar a ser. Y si nos situamos en el psiquismo de los hombres de la antigüedad nos daremos cuenta de la tremenda importancia y el impacto enorme que el advenimiento de este principio significo. Para la antigua mentalidad el hombre estaba unido y atado a los límites de las propias leyes físicas. Después de todo, todo lo que conocían alguna vez dejaba de existir, la muerte existía. El triunfo de Zeus es el de ir más allá de los límites de la naturaleza representada en la gran madre. Poder aspirar a una existencia no perecedera, que trascendía el reino de la materia y este principio es el espíritu. Después de todo si se podía existir eternamente en el cielo el hogar del padre Zeus (la luz del mundo, etimológicamente). La psicología del Dr. Jung nos enseña que existe un plan de desarrollo para cada uno de nosotros, una parte nuestra que genera las oportunidades y atrae los destinos más necesarios para nuestro desarrollo, a esta parte de nosotros mismos la psicología la denomina el Sí Mismo. Este es un arquetipo presente en todos los seres humanos que guía al hombre desde dentro hacia el encuentro de las experiencias externas e internas. Gran parte de las veces no somos conscientes de esta poderosa inteligencia y le llamamos destino desvinculándonos de nuestro propio plan de desarrollo y poniendo todo esto en términos de buena o mala suerte, desconectado de nuestro ser más íntimo. Es por eso que históricamente relacionamos a Júpiter con lo expansivo, lo animoso, lo esperanzador, lo alegre o lo divertido, todas estas características del reino del Espíritu del ser humano
El desafío del hombre ante su evolución nos pide una mayor conciencia acerca de nosotros mismos, del porqué, el cómo y hacia donde nos dirigimos. Con el objetivo de poder ver más allá de lo materialmente aparente y descubrir que no estamos solos frente a nuestra existencia. Abriéndonos a las delicias de una vida espiritual más sabia, plena y dichosa.